TURÍN
Una ciudad inmensa

JAVIER MARQUERIE
Turín es la tercera ciudad de Italia más potente en el plano económico; epicentro de la industria automovilística del país gracias a ser la sede de Fiat, Lancia, Maserati y Alfa Romeo y, como no, base de la Juventus FC. Todo ello la sitúa en el mapa de Europa gracias a los diarios, telediarios y boletines macroeconómicos. Sin embargo, no se encuentra en la lista de principales destinos turísticos de Italia.
Quizá sea por su escasez de restos de la época romana, cultura que solo le ha dejado un pequeño parque arqueológico y la planta cuadrangular del trazado de sus calles y que tuvo su origen en un campamento de la legión con esa distribución. O porque aunque durante el siglo XV llegó a ser capital de Piamonte, el Renacimiento no dejó un legado tan inmenso como en Florencia o Venecia. O bien porque el turismo religioso ha descendido debido al incendio de la capilla donde se encontraba la Sábana Santa (21 años de restauración 1997-2018), el pasar a estar expuesta solo en ocasiones especiales y las dudas científicas sobre el origen de la reliquia.
Sin embargo, Turín es una ciudad inmensa: inmensa en atractivo, en historia y hasta en el tamaño del área de interés turístico. Su nombre procede de la tribu celta que poblaba el valle del Po, los taurinos, y su nombre —y por ende el de la ciudad— proviene de “tauro”, monte en su idioma. Su fundación como ciudad fue dedicada al emperador romano Augusto, bajo el nombre de Augusta Taurinorum. Del paso de la Edad Media por sus calles queda el imponente castillo de ladrillo oscuro, y el Renacimiento dejó la catedral, entre otros magníficos edificios. Pero no fue hasta el siglo XVII que a Turín le llegase su gran momento. La casa real de Saboya situó allí su lugar de residencia, se instaló la corte y se levantó el palacio real. Con ello, toda la ciudad sufrió una gigantesca remodelación. Palacios, iglesias y plazas fueron apareciendo por toda la urbe.


Desde la arquitectura romana, hasta las propias de las tendencias modernistas del siglo XX, Turín tiene un paisaje muy variado
Edificios de grandes dimensiones, muchos de ellos con soportales de dobles columnas ricamente decorados y compitiendo en espectacularidad unos con los otros, son el escena- rio por el que hoy trascurren nuestros pasos. Artistas, ingenieros y arquitectos hicieron de Turín una ciudad digna de un rey y así se ha conservado. La ciudad, su centro histórico, permanece absolutamente activo y con vida cotidiana no excesivamente trastocada por la presencia de turistas.
Si nos alejamos paulatinamente del centro, pero sin separarnos de éste, podremos ir apreciando las sucesivas capas arquitectónicas, todas ellas de primera categoría: neoclasicismo decimonónico, racionalismo de la Italia fascista y un art noveau (modernismo) sencillamente espectacular. Este último estilo tuvo en Turín una explosión de popularidad, llegando a organizar una exposición mundial de artes decorativas en 1902, dejando una huella solo comparable a la que le imprimió el Barroco. Todo este movimiento estético del siglo XX ha dejado una curiosa secuela en las fachadas: la querencia del turinés por anunciar sus negocios con coloridos neones. Estas luces, junto a la sobria pero efectiva iluminación nocturna de la ciudad, invitan a conocer sus calles después de la caída del sol.


Mucho que ver
Quizá lo primero que propondríamos en una visita a Turín sería darse el paseo hasta el monte de los Capuchinos, al otro lado del río Po. Desde allí se obtiene una panorámica maravillosa de la ciudad y sus dos señas de identidad: los Alpes y la Mole Antonelliana. Los primeros, nevados y de perfil agreste, ocupan todo el horizonte. La segunda puede ser considerada una de las construcciones más paradójicas que existen. Es una cúpula de dimensiones portentosas y 167 metros de altura que cubre un edificio de tamaño proporcionalmente muy pequeño. Inicialmente construida como sinagoga, en la actualidad alberga el Museo Nacional de Cinematografía. Si los museos se encuentran entre las preferencias del viajero, la oferta turinesa es muy variada en este sentido. El palacio real está abierto al público y permite visitar una amplia serie de estancias, en las que se puede apreciar la fastuosidad de los gustos monárquicos, perfectamente conservados. Dentro de la misma visita tendremos acceso a la armería, con una colección de armaduras y armas blancas que van desde los primeros siglos de nuestra era hasta el siglo XX. Antes de salir podremos acceder a la capilla donde estuvo expuesta la Sábana Santa hasta 1997. Realizada en mármol negro en 1667, se podía entrar a ella desde palacio y desde la catedral por una escalera lateral.
Pero si hay un museo excepcional en Turín, ese es el Egipcio. Presume de contener la segunda colección más extensa de objetos de la tierra de los faraones, tras la del museo del Cairo, que fueron extraídos a principio de la centuria pasada por los equipos de arqueólogos italianos. En un edificio a la altura de lo esperado, la colección, dispuesta en orden cronológico, contiene piezas únicas entre las que cabe destacar las encontradas en un enterramiento no saqueado una amplia selección de sarcófagos y un par de ejemplares del Libro de los Muertos maravillosamente ilustrados.

COMER EN TURÍN
Buenas noticias: al turinés le gusta comer fuera de casa y le gusta comer bien. Esto hace que exista una enorme oferta de locales, muy buenos precios y una ausencia casi total de grandes cadenas de comida rápida. Porque de este último tipo de comida sí podemos disfrutar, pero será en forma de pasta fresca —enorme catálogo de salsa a elegir— en unos pequeños locales, pizza al taglio y unos bares especializados en sándwiches muy elaborados y apetecibles. En esa magnífica oferta de espacios gastronómicos tendremos que elegir entre ristorante, osteria, tavola calda, rosticerias y trattorias. En Turín estas últimas son muy abundan- tes y recomendables, ya que disponen de menú del día bastante económico, son normalmente de trato muy familiar y donde lo habitual es que no sean frecuentadas por turistas al uso. Además, es la mejor opción para introducirse en la gastronomía piamontesa. De esta provincia vienen los mejores arroces del país y tienen la mayor producción de trufa blanca, así que un risotto tartufato se hace indispensable. La pasta clásica es el agnolotti, que está rellena de carne asada y se sirve con el propio jugo del asado. No hay que dejar escapar la oportunidad de probar el vitello tonato —ternera asada con una salsa de yema de huevo, atún, anchoas y alcaparras— y las acciughe al verde, magnífico aperitivo, que consiste en unas anchoas en salazón aliñadas con ajo, aceite, vinagre y abundante perejil, una chispa de guindilla y pan rallado.