CANTABRIA
Naturalmente

Cantabria es una región pequeña y bien concentrada, como los buenos perfumes, donde uno puede desayunar contemplando verdes praderas, almorzar en sus típicos pueblos de montaña, cenar en la costa y dormir arrullado por el sonido de la naturaleza.
Los contrastes paisajísticos que ofrece el recorrido entre las playas de arena fina y los acantilados del mar Cantábrico hasta las altas montañas trasladan al visitante a un viaje sensorial. Del azul marinero de las villas de la costa a la más amplia gama imaginable de verdes, que van subiendo de tono a medida que uno avanza desde el nivel del mar a la cordillera Cantábrica. Un lienzo natural impregnado, además, del olor a la sal que remueven las olas o del frescor de los campos. Y si lo que nos gusta es escuchar, hay sonidos que no se irán de nuestra memoria: el de los ciervos en época de berrea o el concierto que acompaña al despertar los campanos de las vacas.
En nuestro cuaderno de bitácora no deben faltar algunos de los caprichos que esa naturaleza generosa con Cantabria ha moldeado. De entre todos, elegimos diez:
Comenzamos en la bahía de Santander. Forma parte del ‘Club de las bahías más bonitas del mundo’. Desde ella se divisan los perfiles de las montañas orientales o la sierra de Peñacabarga. Con una fotogenia excepcional en días de sur, las playas que la rodean y la península de la Magdalena visten un paisaje único, cuya vista también alcanza hasta la lengua arenosa de El Puntal, hasta la que se puede llegar en las famosas embarcaciones conocidas como las pedreñeras.
Nos introducimos hacia el interior de la región por los valles pasiegos para seguir el curso del río Miera. En este punto, se erige un encrespado relieve kárstico surgido de la disolución de la roca caliza. Dolinas, lapiaces, poljés y una gran diversidad de formas han producido un peculiar paisaje. Se trata de un estrecho valle encajado donde alternan bosquetes de hayas o robledales mixtos, con algunas manchas de encinar y bosques de ribera.


El parque natural de las marismas de Santoña, Noja, Joyel y Victoria es uno de los paisajes más impresionantes del litoral. Refugio de anátidas y paraíso de los ornitólogos. Domina la entrada de las marismas el Buciero, una isla costera unida a tierra por un tómbolo arenoso. Ocupa 4.500 hectáreas y alberga un importantísimo ecosistema. Escala vital para las migraciones de aves entre el norte de Europa y África, el humedal cuenta con un servicio de visitas ornitológicas.
Cerca se encuentra el parque natural de los Collados del Asón. Aquí se producen algunos de los relieves más imponentes de la región, destacando la falla en la que nace el río Asón en una cascada de agua que se desploma desde un centenar de metros. Las praderías y las masas de roble, haya y encina surgen entre los cortes verticales de la roca. El agua es omnipresente en forma de arroyos, torrentes y ríos como el Gándara. La red de miradores permite contemplar el majestuoso paisaje.
En la costa occidental se halla el parque geológico Costa Quebrada, un tramo de litoral que sirve de escenario geológico y recreo de los sentidos. Presenta de forma excepcional el trazo
en el tiempo de la eterna lucha entre el mar y la tierra. La confrontación entre capas de roca y la acción marina ha producido un conjunto muy diverso de estructuras a lo largo de 20 kilómetros entre Santander y Cuchía: acantilados, arcos, islotes, ensenadas, playas, tómbolos, dunas, flechas litorales y estuarios. Una mirada más atenta revela los vestigios de antiguos arrecifes tropicales y ecosistemas marinos congelados en el tiempo. Se ofrecen visitas en kayak, safari mareal nocturno o rutas guiadas.
El parque natural de Oyambre es otra de las zonas más destacadas. A través de las rías de Tinamayor, Tinamenor, San Vicente y La Rabia, el mar penetra en la tierra. El lugar integra una variada representación de especies y hábitats característicos del Cantábrico. Desde el borde acantilado del cabo Oyambre hasta el entorno forestal del monte Corona conviven ambientes diversos, incluyendo rías y estuarios, llanuras litorales, prados, playas o sistemas dunares. Es lugar de paso obligado de aves migratorias.


Cerca se encuentra el monumento natural de las secuoyas del monte Cabezón. Una plantación de 2,5 hectáreas de Sequoia sempervirens, cercana a la localidad de Cabezón de la Sal. Hay unos 800 ejemplares de esta especie, con una altura media de 36 metros y un perímetro medio de 1,6 metros.
La cueva de El Soplao es otro de los caprichos naturales a visitar. Situada en el valle del Nansa esta ‘catedral de la geología’ constituye una maravilla espeleológica con grandes superficies tapizadas de aragonitos, helictitas, pisolitas, estalactitas, estalagmitas y excéntricas, en amplias galerías que pueden ser visitadas.
El parque nacional de los Picos de Europa no podía faltar en la lista. Para llegar hasta él desde la costa hay que pasar por el espectacular desfiladero de La Hermida, de 20 kilómetros. Una vez allí, para contemplar su plenitud, hay que subir en el teleférico de Fuente Dé. La geología del parque es singular y todas las rocas pertenecen a la era Primaria o Paleozoico (más de 230 millones de años). Aquí se dan prácticamente todos los pisos de vegetación: colino, montano, subalpino y alpino, con encinares, bosques de ribera y mixtos, robledales y hayedos.
Rocas que son ermitas. En Valderredible, se conserva uno de los conjuntos de arquitectura rupestre de los siglos VI a X más numeroso de España. Una arquitectura excavada en roca o construida en cuevas. Más de medio centenar de iglesias, celdas, eremitorios y cenobios. Entre las más destacadas se encuentran las de Santa María de Valverde, Arroyuelos y Cadalso.